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viernes, 25 de noviembre de 2016

AMOR PLATÓŃÍĆÓ



AMOR PLATÓNICO

Eran los primeros años de los ochenta, acababa de quitarme los pañales, o al menos eso creía yo, la verdad, es que tardaría muchos años en quitármelos (si es que alguna vez lo he hecho), pasaba los veranos acostado en la playa o en el sofá de casa, que tenia que compartir con las pesadas de mis hermanas (por cierto, os quiero a las dos) devorando libros y novelas, con un viejo radiocasete emitiendo los 40, y apareció ella en mi vida, cuando el verano ya tocaba a su fin,  una loca con el pelo a colores cambiantes (tanto era rojo hoy, como rubio platino mañana) y unos ojos azul grisáceos que derretían los glaciares polares, y esa voz de soprano ligera, que te llenaba el alma.
No me importaba esa diferencia de edad, ni que ni siquiera supiese que existía, aquella voz, aquellos ojos me habían enamorado.
Pase media vida buscando esos ojos,  los encontré en donde menos me esperaba cuando menos e esperaba, y no pude evitar caer rendido a sus pies.

La vida da muchas vueltas y lo que era un amor platónico, se transformo en una realidad. Indudablemente Cyndi no se llamaba Cyndy, pero el azul grisáceo de sus melancólicas miradas me cautivo inmediatamente; No fue un amor de larga duración, quizás porque mi inglés era inexistente, o por que su gallego era un compendio de chistes mal contados en el 1,2,3 por Beatriz Carvajal, o porque en el mercado de San Miguel los Gin Tonic tenían demasiadas bayas, el motivo da lo mismo, la cuestión es que la luz de los ojos azul grisáceo se apagó.
A veces somos inocentes infantes que soñamos con ser amantes, con ser adultos antes de tiempo, cuando lo que hacemos es quemar etapas sin disfrutar del momento que tenemos, perdemos los segundos que nos proporcionan la felicidad por nuestras ansias de llegar a ser la felicidad que deseamos ser, sin darnos cuenta que es el ahora y no el que será, que es en este instante en el que respiramos, cuando el oxígeno hace todo su recorrido desde la boca hasta los pulmones, para entrar en la sangre y darnos la vida, que somos ya y no mañana.
Somos como los caballitos de un tío vivo, que no dejamos de dar vueltas sobre nosotros mismos, perdiéndonos el mundo que sucede a nuestro alrededor.
Yo perdí mi momento en unos ojos de un azul grisáceo que no supe amar, como cuando tenia seis años y en San Juan me monté en aquel poni y me quise bajar antes de acabar, aun recuerdo la cara ilusionada de mi madre, viéndome montado en aquel pequeño jamelgo, taciturno y pachorriento, y su paciencia cuando quise bajarme a media vuelta.

Es la historia de quien ama sin saber que ama, y no se da cuenta de que ama, hasta que a la persona a quien ama ya no está para ser amada.

César Gorín
25 de Noviembre del 2106

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